La objeción de la exigencia

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El utilitarismo no nos pide que seamos moralmente perfectos. Nos pide que nos enfrentemos a nuestras limitaciones morales y que hagamos todo lo humanamente posible para superarlas.

- Joshua Greene1

La objeción de la exigencia

Muchos críticos sostienen que el utilitarismo es demasiado exigente, porque nos obliga a actuar siempre del modo que produzca el mejor resultado. La teoría no deja espacio para acciones que son permisibles pero que no tienen las mejores consecuencias. Los filósofos denominan supererogatorias estas acciones moralmente buenas pero no obligatorias; el utilitarismo maximizador (como el consecuencialismo maximizador en general) niega que cualquier acción pueda ser supererogatoria. En consecuencia, algunos críticos afirman que el utilitarismo es una moral sólo para santos.2

Muy pocas personas, incluidos los filósofos utilitaristas, viven su vida en perfecta armonía con el utilitarismo. Por ejemplo, consideremos que el dinero que una persona gasta en salir a cenar podría pagar varias mosquiteras, cada una de las cuales protegería de la malaria a dos niños de un país de renta baja durante unos dos años.3 Desde una perspectiva utilitarista, el beneficio que obtiene la persona por salir a cenar es mucho menor que el beneficio que obtienen los niños al quedar protegidos contra la malaria, por lo que parecería que la persona ha actuado de forma incorrecta al elegir salir a comer. Un razonamiento análogo se aplica al uso que hacemos de nuestro tiempo: las horas que una persona pasa en las redes sociales debería dedicarlas a colaborar como voluntario en una organización benéfica o a trabajar más duro en su empleo para ganar más dinero y donarlo.

Para mucha gente, estas obligaciones extremas del utilitarismo parecen absurdas a primera vista. Según la moral de sentido común, se nos permite gastar la mayor parte de nuestros ingresos en nosotros, nuestros seres queridos y nuestros proyectos personales. La caridad, según el sentido común, es buena y loable, pero no obligatoria.

Los partidarios del utilitarismo podrían responder a esta objeción de cuatro maneras. Las examinaremos una por una.

Acomodar la intuición

Una forma de suavizar las exigencias del utilitarismo es argumentar que la moral debería tener en cuenta las limitaciones psicológicas humanas, como la debilidad de la voluntad. El utilitarismo reconoce que no podemos trabajar todo el tiempo para ayudar a los demás sin agotarnos, lo que nos llevaría a hacer menos bien en general a la larga. Del mismo modo, necesitamos gastar dinero en nosotros para estar razonablemente felices y sanos y mantener así una motivación duradera para hacer el bien.

Además, a menudo está justificado que los utilitaristas gasten dinero o tiempo para satisfacer las expectativas y necesidades de otras personas. Si el utilitarismo se asocia con un autosacrificio extremo, es posible que otros no quieran unirse a las causas utilitaristas. Del mismo modo, a veces puede estar justificado por motivos utilitaristas pagar cenas caras si eso permite mantener reuniones valiosas con personas que no son utilitaristas y que no querrían sacrificarse.

Sin embargo, incluso si aceptamos que gastar recursos en nosotros mismos puede tener una gran importancia instrumental para poder beneficiar a los demás, la mayoría de nosotros debemos admitir que podríamos hacer más. El utilitarismo sigue siendo una teoría ética exigente en la práctica, incluso cuando tenemos en cuenta nuestra psicología y la de los demás.

Se puede lograr una reconciliación más firme rechazando la noción ordinaria de “exigencia” moral. Como se explica en el capítulo 2:

Los utilitaristas están de acuerdo en que idealmente una persona debería elegir la acción que mejor promueve el bienestar general. Eso es lo que la persona tiene más razones morales para hacer. Pero no recomiendan censurar a la persona cada vez que no alcance este ideal. Como resultado, muchos utilitaristas consideran que es engañoso que se interpreten sus afirmaciones sobre lo que idealmente se debería hacer como una explicación de la “corrección” u “obligación” morales en el sentido ordinario de esos términos.

Según el utilitarismo, si alguien debe ser censurado por sus acciones es algo que debe decidirse en función de las consecuencias que se derivarían de ello. Censurar a la gente siempre que no haga el mayor bien posible tendrá probablemente malas consecuencias, porque la desalienta para intentarlo siquiera. En cambio, el utilitarismo suele recomendar que se elogie a las personas que dan pasos en la dirección correcta, aunque no alcancen el ideal utilitarista. Esto muestra cómo la noción utilitarista de “incorrecto” se aleja de lo que el sentido común entiende por esa noción, que está mucho más ligado a la culpabilidad.

De hecho, en el utilitarismo escalar o de suficiencia, hacer menos que lo mejor no tiene por qué considerarse “incorrecto”. Es simplemente menos de lo que sería ideal. El utilitarismo de suficiencia identifica un umbral mínimo inferior de lo que es “necesario” para evitar la culpabilidad, mientras que el consecuencialismo escalar evita por completo tales umbrales, evaluando en su lugar la calidad moral de las acciones en una escala continua de mejor a peor. Para una persona acomodada es mejor donar el 10 % de sus ingresos a una organización benéfica que donar sólo el 1 %, lo cual es mejor que no donar nada.

Desacreditar la intuición

La segunda forma de responder consiste en argumentar que las intuiciones ordinarias de exigencia presuponen una perspectiva no consecuencialista (en vez de brindarle apoyo independiente). Al exigir a quienes son ricos en términos comparativos que hagan mucho para ayudar a los menos afortunados, el utilitarismo les impone costos no triviales. Pero comparemos esto con los daños sufridos por los menos afortunados si los ricos hacen menos (o no hacen nada) para ayudarlos. Estos daños superan con creces los costos que el utilitarismo impondría a los ricos. Así pues, los utilitaristas pueden argumentar que son los puntos de vista no utilitaristas los que son “demasiado exigentes”, ya que imponen mayores costos generales y imponen esos costos a quienes son menos capaces de soportarlos.

David Sobel desarrolla este argumento en The Impotence of the Demandingness Objection :4

Consideremos el caso de Joe y Sally. Joe tiene dos riñones sanos y puede vivir una vida decente pero reducida con uno solo. Sally necesita uno de los riñones de Joe para vivir. A pesar de que la transferencia daría lugar a una situación globalmente mejor, la objeción de la exigencia sostiene que se le exige tanto a Joe al pedirle que renuncie a un riñón que es algo que moralmente le está permitido no hacer. La magnitud del costo para Joe hace que la supuesta exigencia moral de que entregue el riñón no sea razonable o, al menos, no sea realmente moralmente obligatoria para Joe. El consecuencialismo, nos dicen nuestras intuiciones, es demasiado exigente con Joe cuando le exige sacrificar un riñón para Sally.

Pero consideremos las cosas desde el punto de vista de Sally. Supongamos que se quejara de la magnitud del costo que una teoría moral no consecuencialista permite que recaiga sobre ella. Supongamos que dijera que tal teoría moral, al permitir que otros la dejen morir cuando podrían ayudarla, es excesivamente exigente con ella. Es claro que Sally aún no ha entendido del todo el sentido en el que en los filósofos suelen emplear la objeción de la exigencia. ¿Qué es lo que no ha entendido de la objeción? ¿Por qué el consecuencialismo es demasiado exigente con la persona que sufriría costos significativos si tuviera que ayudar a otros (como lo requiere la teoría), pero la moral no consecuencialista no es demasiado exigente con Sally, la persona que sufriría costos más significativos si no se le prestara la ayuda (como lo permite la alternativa al consecuencialismo)?5

Podemos arrojar más dudas sobre nuestras intuiciones de exigencia observando otras aparentes incoherencias en su aplicación. Por ejemplo, muchos filósofos —utilitaristas y no utilitaristas por igual— aceptarían de buen grado que la moral puede ser muy exigente en tiempos de guerra. En circunstancias semejantes, podrían pensar que la gente puede tener que hacer grandes sacrificios, como renunciar a su propiedad o incluso a su vida. Sin embargo, hoy en día, en tiempos de paz, cientos de millones de personas viven en circunstancias terribles de pobreza extrema, y miles de millones de animales sufren en las granjas industriales y son sacrificados cada año. Al mismo tiempo, muchas personas ricas disfrutan de una amplia gama de bienes de lujo y tienen acceso a canales eficaces a través de los cuales podrían ayudar a los pobres. Desde el punto de vista utilitarista, hay tanto en juego en el mundo de hoy como durante una guerra. Por esta razón, no es más exigente —y podría decirse que es mucho menos exigente— pedir a los ricos que donen dinero para ayudar a los pobres en la actualidad que pedir a los soldados que sacrifiquen sus vidas en una guerra contra, digamos, un régimen autoritario cruel.

Vale la pena señalar que el utilitarismo no nos exigiría tanto si la mayoría de las personas ricas actuaran moralmente y compartieran más sus recursos con los más necesitados. El utilitarismo sólo se vuelve tan exigente porque pocas personas ricas hacen algo significativo para abordar los principales problemas del mundo. Sin embargo, aunque las personas ricas fueran tan caritativas que el valor de la caridad se volviera insignificante, seguiría habiendo ocasiones en las que el utilitarismo sería muy exigente, como cuando uno debe sacrificar su propia vida para salvar a otros. Por lo tanto, aunque este punto mitiga un poco la fuerza de la objeción de la exigencia, no la desarticula por completo.

Atacar las alternativas

Una tercera respuesta consiste en argumentar que los puntos de vista morales no utilitaristas suelen ser insuficientemente exigentes. Ya hemos establecido que los ciudadanos de los países ricos pueden evitar una cantidad sustancial de sufrimiento y muerte en las naciones en desarrollo a un costo comparativamente bajo para ellos donando a organizaciones de ayuda muy eficaces. Según muchos puntos de vista no utilitaristas, es bueno pero totalmente opcional donar una parte significativa de nuestros ingresos a organizaciones benéficas. Sin embargo, podría decirse que esto no es suficientemente exigente, ya que implica que no estamos obligados a salvar vidas incluso cuando podemos hacerlo a un bajo costo para nosotros mismos. Estos puntos de vista se oponen a la afirmación intuitivamente plausible de Peter Singer de que “[s]i está en nuestro poder evitar que ocurra algo malo, sin sacrificar por ello nada que tenga una importancia moral comparable, debemos, moralmente, hacerlo.”6 Como explica Singer, la mayoría de la gente está de acuerdo en que sería moralmente monstruoso quedarse mirando cómo se ahoga un niño en un estanque poco profundo cuando podríamos salvarlo fácilmente a costa de estropear nuestra ropa cara. Salvar vidas inocentes tiene un costo económico moderado, y cualquier teoría moral razonable debe reflejar este hecho.

Además, los defensores del utilitarismo pueden señalar que las perspectivas no utilitaristas son a veces incluso más exigentes. Recordemos el ejemplo de Sobel sobre Joe y Sally. La ética del sentido común prohíbe a Sally robar uno de los riñones de Joe, aunque fuera la única forma de salvar su propia vida (y el daño para Joe sólo fuera moderado). Esto demuestra que la moral de sentido común puede ser muy exigente a veces, e incluso puede obligarnos a renunciar a nuestra vida por motivos morales. Aunque el utilitarismo plantea exigencias diferentes a las de otras teorías morales, las exigencias del utilitarismo no son obviamente menos razonables. Después de todo, siempre tienen un buen fundamento en los principios de la teoría.

Tolerar la intuición

Por último, los defensores del utilitarismo pueden simplemente aceptar que la moral es muy exigente. Pueden señalar que las exigencias utilitaristas se basan en el objetivo imperioso de crear un mundo floreciente con el mayor bienestar posible para todos. Siempre que el utilitarismo nos exige renunciar a algo que valoramos para beneficiar a otros, al menos sabemos que este beneficio es mayor, a menudo mucho mayor, que el costo para nosotros.


Cómo citar esta página

MacAskill, W., Meissner, D., y Chappell, R.Y. (2023). La objeción de la exigencia. En R.Y. Chappell, D. Meissner, y W. MacAskill (eds.), Introducción al utilitarismo, <https://www.utilitarismo.net/objeciones/exigencia>, visitado .

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Recursos y Más información


  1. 📘 Joshua D. Greene (2013). Moral Tribes. New York: The Penguin Press. p. 284.  ↩︎

  2. Cf. 📃 Susan Wolf (1982). Moral Saints Journal of philosophy, 79(8). 419–439. ↩︎

  3. 💻 (2022). GiveWell.  ↩︎

  4. 📃 David Sobel (2007). The Impotence of the Demandingness Objection Philosophers’ imprint, 7(no. 8).p. 3.  ↩︎

  5. Sobel continúa: “¿Qué debe entender la objeción sobre las exigencias de una teoría moral para que eso tenga sentido? Hay una respuesta obvia que ha atraído incluso a críticos prominentes de la objeción — que los costos de lo que una teoría moral requiere son más exigentes que los costos de lo que una teoría moral permite que le ocurra al que no recibe ayuda, manteniendo constante el tamaño del costo. La importancia moral de la distinción entre los costos que una teoría moral exige y los costos que permite debe estar ya establecida antes de que la objeción cobre fuerza. Pero esto supone que la ruptura decisiva con el consecuencialismo se produjo ya antes de que sintamos el atractivo de las intuiciones que evoca la objeción.”

    Parece, pues, que no hay motivos neutrales para considerar que el utilitarismo es “más exigente” que las teorías morales rivales, al menos en el sentido de imponer costos excesivamente grandes a los agentes. Sólo se puede llegar a este veredicto cargando los dados en contra del utilitarismo, al definir implícitamente la “exigencia” de tal manera que sólo se tome plenamente en cuenta una cierta subclase de costos. ↩︎

  6. 📃 Peter Singer (1972). Famine, Affluence, and Morality Philosophy & Public Affairs, 1(3). 229–243.p. 231.  ↩︎